No está fácil. Punto G masculino
Reproduzco un artículo publicado en El Tiempo de Colombia:
El punto G del hombre ya no es un misterio
En ellos no esta entre las piernas, como se podría inferir con mucha facilidad, sino en una cavidad un tanto incómoda para muchos: el conducto rectal.
Todo parece indicar que lo "macho" ya no está de moda y, por el contrario, está en irremediable vía de extinción, como el oso panda o el cóndor.
Los modelos que desfilan en Fashion TV tienen facciones finas, casi púberes, cuerpos esbeltos y menos pelos que una mujer depilada.
Los metrosexuales son toda una tendencia, e incluso la biología parece confabularse en contra de los hombres estilo Eduardo Capetillo, pues hasta las fuentes de placer de las que dota la madre naturaleza están ubicadas en regiones de difícil acceso para aquel que se considere viril a la antigua.
El punto G, es ese lugar del que todos hablan como haciendo un acto de fe y del que por momentos se duda. Ese que no paramos de buscar como si se tratase del mismísimo Santo Grial, ese rinconcillo del cuerpo que se convierte en todo un reto, que hasta el momento se consideraba exclusiva potestad del género femenino, pero que los hombres también tienen el suyo oculto, bien oculto.
Aparentemente, el manido y remanido debate de dónde se ubica esta región de placeres míticos e inimaginables se puede extender a los caballeros, pues todas y todos llevan su punto G latente, dispuesto a hincharse y mostrar el tan preciado tesoro.
Sin embargo, el problema es su ubicación, pues si en las mujeres se encuentra en lo profundo de la vagina, en los hombres no es tan evidente.
A diferencia de las mujeres, el de los hombres es más fácil de ubicar y estimular; queda en la próstata y puede provocar un mundo de sensaciones aptas sólo para hedonistas consumados, que consideren el Kamasutra un manual para principiantes.
El médico sexólogo León Gidin afirma en su libro La nueva sexualidad de la mujer, a la conquista del placer, que "el hombre debe tenderse boca arriba y la mujer introducir su dedo, previamente lubricado, en su ano.
Hay que explorar la pared rectal hasta sentir un abultamiento del tamaño de una nuez. Una vez encontrado, el hombre debe relajarse y la mujer masajear la zona".
No obstante, los caballeros deben poseer la capacidad para dejar "atrás" (ojo con esa palabra) todo prejuicio atávico que se interponga entre ellos y su exploradora amante.
Tarea complicada para tanto machos orgullosos, a los que sólo la idea de tenderse de espaldas y habilitar sus cavidades, puede resultar un completo horror y hacer aflorar sus peores fantasmas, como la pérdida de su virilidad.
Es un hecho. Para muchos el solo pensarlo resultaría absurdo, aunque las mieles de dicha práctica sean confirmadas por cientos de miles de varones homosexuales, que descubrieron el agua tibia desde hace tiempo.
"El ser penetrado por el dedo de una mujer o por un objeto, implica ser pasivo y ese es un papel que pocos hombres aceptan", afirma la psicóloga Zahira Barbosa.
Esto parece confirmar que para la mayoría la premisa es ser eficiente a la hora de la "acción"; es decir, que el protagonismo se lo lleve la penetración de parte suya y no al contrario, en donde los aullidos y gemidos sean arrancados de ella, para tener la impresión del deber cumplido y dormir como un bebé.
Lo curioso del asunto es que la fijación de tomar a la mujer y practicar sexo anal con ella es casi un lugar común, como si este fuese el premio mayor o el trofeo a alcanzar, aunque para muy pocas esto sea placentero.
Queda por decir que la tarea es para aquellos seres de mente abierta, que no les teman a las taras culturales y estén dispuestos a "tirar" (el sentido lo pone el lector libremente) bien lejos de su cama aquel manual de instrucciones de lo "políticamente correcto" en el sexo, y que no les preocupe disponer de sus recursos cual sibaritas con espíritu temerario.
El original
El punto G del hombre ya no es un misterio
En ellos no esta entre las piernas, como se podría inferir con mucha facilidad, sino en una cavidad un tanto incómoda para muchos: el conducto rectal.
Todo parece indicar que lo "macho" ya no está de moda y, por el contrario, está en irremediable vía de extinción, como el oso panda o el cóndor.
Los modelos que desfilan en Fashion TV tienen facciones finas, casi púberes, cuerpos esbeltos y menos pelos que una mujer depilada.
Los metrosexuales son toda una tendencia, e incluso la biología parece confabularse en contra de los hombres estilo Eduardo Capetillo, pues hasta las fuentes de placer de las que dota la madre naturaleza están ubicadas en regiones de difícil acceso para aquel que se considere viril a la antigua.
El punto G, es ese lugar del que todos hablan como haciendo un acto de fe y del que por momentos se duda. Ese que no paramos de buscar como si se tratase del mismísimo Santo Grial, ese rinconcillo del cuerpo que se convierte en todo un reto, que hasta el momento se consideraba exclusiva potestad del género femenino, pero que los hombres también tienen el suyo oculto, bien oculto.
Aparentemente, el manido y remanido debate de dónde se ubica esta región de placeres míticos e inimaginables se puede extender a los caballeros, pues todas y todos llevan su punto G latente, dispuesto a hincharse y mostrar el tan preciado tesoro.
Sin embargo, el problema es su ubicación, pues si en las mujeres se encuentra en lo profundo de la vagina, en los hombres no es tan evidente.
A diferencia de las mujeres, el de los hombres es más fácil de ubicar y estimular; queda en la próstata y puede provocar un mundo de sensaciones aptas sólo para hedonistas consumados, que consideren el Kamasutra un manual para principiantes.
El médico sexólogo León Gidin afirma en su libro La nueva sexualidad de la mujer, a la conquista del placer, que "el hombre debe tenderse boca arriba y la mujer introducir su dedo, previamente lubricado, en su ano.
Hay que explorar la pared rectal hasta sentir un abultamiento del tamaño de una nuez. Una vez encontrado, el hombre debe relajarse y la mujer masajear la zona".
No obstante, los caballeros deben poseer la capacidad para dejar "atrás" (ojo con esa palabra) todo prejuicio atávico que se interponga entre ellos y su exploradora amante.
Tarea complicada para tanto machos orgullosos, a los que sólo la idea de tenderse de espaldas y habilitar sus cavidades, puede resultar un completo horror y hacer aflorar sus peores fantasmas, como la pérdida de su virilidad.
Es un hecho. Para muchos el solo pensarlo resultaría absurdo, aunque las mieles de dicha práctica sean confirmadas por cientos de miles de varones homosexuales, que descubrieron el agua tibia desde hace tiempo.
"El ser penetrado por el dedo de una mujer o por un objeto, implica ser pasivo y ese es un papel que pocos hombres aceptan", afirma la psicóloga Zahira Barbosa.
Esto parece confirmar que para la mayoría la premisa es ser eficiente a la hora de la "acción"; es decir, que el protagonismo se lo lleve la penetración de parte suya y no al contrario, en donde los aullidos y gemidos sean arrancados de ella, para tener la impresión del deber cumplido y dormir como un bebé.
Lo curioso del asunto es que la fijación de tomar a la mujer y practicar sexo anal con ella es casi un lugar común, como si este fuese el premio mayor o el trofeo a alcanzar, aunque para muy pocas esto sea placentero.
Queda por decir que la tarea es para aquellos seres de mente abierta, que no les teman a las taras culturales y estén dispuestos a "tirar" (el sentido lo pone el lector libremente) bien lejos de su cama aquel manual de instrucciones de lo "políticamente correcto" en el sexo, y que no les preocupe disponer de sus recursos cual sibaritas con espíritu temerario.
El original
7 comentarios
Dante Cardenas -
ADOLF -
Nadales (Sami) -
Pues lo dicho:
nadales@wanadoo.es
nadales -
nadales@wanadoo.es
Nadales -
Mi pareja (en este caso mi mujer simplemente porque soy heterosexual) me lo hace en cada relación sexual y no he sentido nada mejor en mi vida.
PACOC -
PEPIYOE -